Crecimiento y expansión agrícola: ¿Buenas o malas noticias?

Columna de opinión por Jorge Zamorano Miranda, director en Fundación Territorios Colectivos.

En los tiempos actuales de pandemia, escasas son las certezas y abundantes las noticias falsas, de las segundas, es común leer sobre el origen artificial del virus que produce el COVID-19, el que nos tiene no solo encuarentenados, sino también ciegos y sordos de un sin número de fenómenos que afectan a nuestro país y el planeta, los que podrían, al menos en las predicciones, ser aún más graves que la circulación global del famoso virus. En el ámbito de las certezas y dejando de lado las conspiraciones, bastante consenso existe sobre la posible causa del traspaso del virus a nuestra especie, donde los reportes estarían indicando que se trataría de un caso de enfermedad zoonótica ¿qué significa esto? que este traspasó la barrera entre animales (silvestres en este caso) y la población humana. ¿Cómo fue esto posible? fácil, tanto el consumo de esta fauna, como el avance en el cambio de uso de la tierra de zonas naturales hacia el uso de tierras para desarrollo urbano y silvoagropecuario, aumenta del contacto con especies que podrían ser portadoras de patógenos.

Aunque tristemente gracioso, a esta realidad no le podemos aplicar la frase “no lo vimos venir”, dado que son mínimo treinta años de predicciones y avisos desde el mundo científico que daban luces de alerta sobre cómo nuestra relación con el medio natural provocaría los fenómenos globales que ahora estamos sufriendo. El diagnóstico ya estaba hecho, la pérdida del hábitat por el avance del cambio de uso de suelos para el desarrollo silvoagropecuario es la principal causa de la pérdida de la biodiversidad y una de las más importantes para la aceleración del cambio climático. Sin embargo, estas voces de alarma se entendieron precisamente de esa forma, como “alarmistas” y contrarías al modelo de desarrollo neoliberal donde el mercado nos salvaría hasta de la degradación ambiental, lo que en la actualidad suena absurdo, pero que ha sido el discurso de buena parte del comienzo de este siglo.

Centrándonos en el sector agrícola, su crecimiento es visto como un logro de las políticas económicas en los países, esto por los beneficios en el empleo y por el incremento de los indicadores macroeconómicos vinculados, principalmente, con la exportación y el posicionamiento de las naciones en los mercados internacionales. Hasta ahí todo suena genial, qué duda cabe, todos ganan en las propagandas gubernamentales ¿pero esto es cierto? ¿quién gana realmente con el crecimiento agrícola? Veamos nuestra región, en el reporte del catastro frutícola 2017 de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA) indican que La Región de Valparaíso con 49.417 hectáreas plantadas es la cuarta región con mayor superficie frutícola del país y creció un 5,5% respecto al catastro del año 2014, donde el producto estrella continúa siendo la palta con 19.135 hectáreas plantadas en la región, lo que corresponde al 65,6% del total plantado en el país para este producto ¡todo un éxito! Sin embargo, en estos mismos reportes se indican que en la región la participación del sector silvoagropecuario en el empleo total de la región solo representa el 7,2%, lo que nos posiciona bajo la media del país y nos hace cuestionar el real aporte de la presencia de estas grandes extensiones de plantaciones en el desarrollo de las comunidades locales de la región.

Por otra parte, una reciente publicación en la revista People and Nature de la Sociedad de Ecología Británica, da cuenta de las consecuencias ambientales y sociales del aumento de la demanda por los “super alimentos”, donde el caso de la palta producida al interior de la Región de Valparaíso es según las autoras, uno de los principales ejemplos globales de degradación socioambiental por su efecto en la agudización de la crisis hídrica que vive la región debido a la sequía prolongada. Todo este fenómeno se ve agravado por la alta intensificación industrial en el manejo de estos cultivos, la que no solo se expresa en el uso concentrado del recurso hídrico limitando el acceso para el consumo humano, sino también en la excesiva expansión espacial de estas plantaciones hacia zonas de hábitats naturales, ya no solo en la planicie de los valles, sino también utilizando las laderas de los cerros. En relación con este cambio de uso de suelo, es menos visible el efecto del crecimiento de los cultivos agrícolas en la zona central de Chile sobre la biodiversidad de estos territorios, la que ha sido declarada como prioritaria de conservación a nivel mundial, esto por su alto grado de endemismo de las especies que presentes en estas regiones, las que no solo merecen su preservación por su valor intrínseco, sino también por los servicios ecosistémicos que ellas nos proveen, como por ejemplo, la retención de agua, y paradójicamente,  para procesos propios en la gestión de los mismos cultivos.

Por lo anterior, es posible darnos cuenta de que nuestra región está en el centro de la degradación territorial por consecuencia del excesivo y poco planificado crecimiento agrícola, lo que nos lleva a la pregunta inicial ¿son buenas o malas noticias? y la respuesta es, claramente no, y esa negativa no es producto de un rechazo irracional a cualquier forma de producción industrial, sino que, en este caso, las externalidades de este crecimiento impuesto y poco planificado nos deja pobreza social y ambiental. Desde la Fundación Territorios Colectivos apostamos por una escala de desarrollo local, donde la agricultura familiar sea el centro del crecimiento de nuestros territorios rurales, y adoptando herramientas de intensificación agroecológicas que contemplen en su planificación, la integración entre la producción agrícola y los servicios que son propios de los ecosistemas de nuestra región.